lunes, 21 de julio de 2008

Escribime una carta, dale, no seas hija de puta. Es el rigor con el que vestís a tu confianza ¡quién te va a creer! Semejantes ojos sólo podían dar miradas miserables ¡bombas de hipocresía! Calcos de un corazón se retuercen y quiebran dentro de cinco líneas ilegibles: si no te escribo es para que me sigas creyendo. Ahora borrá lo último y decile que la querés.
Dale, decíselo.
Dale, no seas hijo de puta. NO; MENTIRA. Ya sé, no te obligaría, jamás podría (MENTIRA) de manera inconsciente, al menos: ya sabrás que nada es improvisado con vos. Analizar todo es la manera implícita de cortejarte. TODO, y nada es mentira. La gravedad se desdobla e ideas horribles seducen sus leyes. Una nena lujuriosa con delirios de inocente te invita a dormir al lado suyo, a velar sus intenciones, que son tuyas.
No te voy a volver a ver.
¿Oís?
Me pregunto en qué parte de la historia podría aplicarse un poco de lógica. Y vos le pedís racionalidad a lo que me pasa; que no se escribe, que apenas puedo trasladar -con su mediocridad intacta- a una hoja. No quisiera hacer de esto un reproche simplista. No quisiera hacer de esto un reproche, quiero decir. Mi único miedo es que no lo comprendas (¡ella, aún se lo niega!) Lo que pasa es que yo te quería, nada más. La seducción no le significaba nada, el amor es el que engaña. ¿Será así? tampoco quería hacer un juicio sobre algo, esa nimiedad que le era ajena, porque él leía, y leía y nada más. Después se encontró con ese deseo de brillo enceguecedor. Se despertó al lado mío, reaccionó, bajó el libro.
"Yo no"

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