viernes, 28 de noviembre de 2008

La paradoja de lo simple:
lo que me hicieron y lo que hice.


Tal vez crea que no. Se enfrentaron con un facón inglés de delicados grabados cuando volvieron a su casa; al fuego perpetuo de la inconformidad (y ese consecuente y siempre tácito ´SIN EMBARGO´) Yo te lloro y pataleo y me retuerzo y te escupo de nuevo; tergiversar el recuerdo y darle un fin complaciente ¡YO PAGUÉ POR ESTO! (y que se lea e interprete COMO SE DEBE) tan así. Así: en todo sentido. Y ahora duele, siempre duele. Nenes ardiendo en juegos ingenuos cortan brazos ajenos con el filo de la ingenuidad: te quiero mucho, te quiero tanto, nunca me dejes, tuyo siempre. Talleres de noviazgos reciclados en un calendario; las agendas de aquellos grandes peces se desvanecen en itinerarios (pero a nadie duele) ¿Y cuando decís nadie, decime, a quien te referís? Tal vez, decía (él), crea que es cierto. Que no importa tanto. Que no nos concierne, que en realidad ´pensandolo bien´ no importa en absoluto. (Usted, el de camisa roja, oiga. ¿Es consciente del color que lleva puesto? Usted ostenta comunismo ¡atrevido! ¡asqueroso! ¡váyase ahora mismo! Ahora, es esta cosa ¿no cierto? Usted, el de negro ¿me sigue? esta cosa de que al sentenciar que se piensa bien entonces también se piensa mal; la acción de pensar, el pensamiento mismo. ¿Maldad? ¿Bondad? ¿Correcto e Incorrect0? (y entonces te señalo -y a tantos recuerdo- y pienso: QUE SÍ, QUE COMO NO. Que nada es intelecto, que todo se corrompe, que el pensamiento no es sincero. Ocurre que el silencio retrotraeme, oiga, y las voces se levantan como olas impenetrables sobre piedras débiles (y viejas, y débiles, sobre todo). Ya sé, ya sé. Usted, el de campera amarilla, no tiene que volver a gritarlo. Lo oímos todos ¿de qué se ríe? ¿tengo algo en la cara? ¿rasgos de su madre, tal vez? ORDEN EN LA SALA. UN POCO DE RESPETO, SEÑORES; QUE ESTO NO ES ORIENTE MEDIO, EH.

Che, Francisco ¿te acordás de Paola?
¿Paola?
Paola, la de tu barrio. La morocha...
Paola...
Sí.
Mirá de lo que me haces acordar, chabón.

¿Por qué saltaste con eso? ¿Por qué te acordaste?
La nueva.
¿Qué tiene? ¿Se llama Paola?
No. Me hace acordar, nada más. La cara, no sé.

Yo no sé si podría vivir en esta ciudad durante mucho tiempo más. Hay vestigios de colores marcando puntos de mi vida en cada rincón por el que camino, en cada calle que cruzo, en cada semáforo en el que espero, en cada auto, marcados en las huellas de las baldosas, en los rostros, en todos los relojes de todos los cafés; en cada mesa, cada beso; es la intolerancia a la que se reducen cada una de esas frustraciones, recuerdo a José Luis y mis deseos de cuidarlo, mis miedos, después, por lo que podría pasarle, las culpas (siempre plurales) de permitirme esa despedida, de estar de acuerdo y sin más llevarla a cabo. Sabiendo.

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